17/5/08

TODA LA RAZÓN DEL MUNDO

Toda la razón del mundo

Ella dice que está en todas partes.
En la cola de un banco, si uno sabe ver, ella está.
En el vagón de un tren de puertas y ventanas inexistentes, ella está.
En los hospitales y salitas de la ciudad. En las canchas de fútbol. En las góndolas de los hipermercados. En las marchas y en las plazas. En los parques ecológicos y en las fábricas que no tiran humo porque están cerradas.

Ella afirma, completamente convencida, que como Dios, está en todas partes.
Yo no sé qué decirle, solo atino a balbucear sin demasiada convicción que hace ya mucho, mucho tiempo, alguien proclamó la muerte de Dios.
Ella sonríe, y en un tono entre burlón y cariñoso me dice que deje de pensar en esas cosas y no hable más pavadas.

Pero es ella la que sigue hablando, ahora con un caramelo en la boca. No entiendo nada de lo que dice, pero para no ofuscarla, cada tanto afirmo con la cabeza.
Mi cabeza, además de ese ademán, piensa en lo hermoso que sería que los dos, en vez de habitar el encierro de esta oscura habitación (donde casi nunca nos encontramos), pudiéramos estar caminando por el parque, pisando las hojas secas, en silencio. Observando los árboles y los pájaros, o ese avión que va dejando una estela en el cielo.

Antes de atragantarse con el caramelo, y como último suspiro, le oigo (en realidad interpreto) decir “…ahí también estoy”. Yo vuelvo a afirmar con un movimiento vertical de cabeza y le digo que tiene toda la razón del mundo. ee


En memoria del padre Carlitos Cajade.
Hasta siempre, compañero.

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