26/1/16

Gabriel Impaglione, acerca de “Una medida adecuada a todo” de José María Pallaoro









UNA MEDIDA ADECUADA A TODO
(2009-2011)


El poeta va. No espera. Sabe que Ella se presenta de mil formas; a veces parece música que anda bajo el brazo, esa de tantos después que queman o que no. A veces también es una sombra que disuelve su gris bajo la lluvia. Sabe que desanuda laberintos —el estado pre-poético que anuncia escrituras no es un laberinto? — y entonces se arremanga, despliega la palabra en su melodía como un hilo que compone el verso y así canta, bajito, para que se escuche la respiración de aquello que en el fondo de la voz celebra la certeza de las  nuevas preguntas.

Me gusta la idea de imaginar la poesía del compañero leída a través del viejo teléfono de infancia, ese que inventábamos con un piolín y dos latas de tomate o algo así. —Años cincuenta?

¿Qué hay de los cincuenta en Pallaoro? Cuando terminaba la década nació en La Plata. Pero hay algo más. La primera luz. Pero más... Qué testimonio ha querido salvarse del naufragio de desmemorias y consumos y se aferra, desde los intersticios de esta poesía, para advertirnos que el tiempo no es otra cosa que un invento obsesivo, que lo esencial reside en hacerlo trastabillar, romperle el ritmo; está en nosotros cambiar la canción. Todos finalmente llegamos a la superficie y nos ofrecemos al sol desde una raíz que nos convoca y nutre. ¿Qué engranaje de aquella década mueve qué mecanismo del poeta?

Dar cuenta del contexto social como compromiso ante su realidad. Los versos que siguen, desde la personal interpretación de quien comenta, podrían ser un buen ejemplo:

“El fortalecimiento del ritual,
bajo la alfombra
donde las ratas
se alimentan
de nuestra feroz
inexistencia.”

Si la poesía asume protagonismo como metáfora de la política, será ella quien monte la proa del ahora para dar testimonio de lo que pasa. Y hacia dónde vamos y de dónde venimos. Otra vez este lugar común para referirnos a lo profético —pienso— pero... en un mundo atribulado por los índices de dioses falsos y escaparates sacros, la voz de los poetas será el agua. Y el fuego. Y el aire. Y será tu voz.

José María se nutrió de aquel existencialismo de los ’50, pero, adolescente, atraviesa los ’70 pelilargo y andante y aprende a rasguñar piedras, correr calle abajo rodando-rodando y a encender un fósforo detrás de los espejos para reconocerse en una generación hecha jirones bajo la bestialidad neolítica. Es necesario redescubrirse, parece decirnos, bajito, para que se sienta.

Cuando escribe: “…las ratas / se alimentan / de nuestra feroz inexistencia” nos habla de espacios abandonados a fuerza de no-te-metás y de estupidez suicida.

José María va siemprenuevo al encuentro de la poesía. Una y otra vez. No la espera. Escapa de noes y espejismos para abrazarla. Es vocacional y bien terrestre su poesía, callejera, urbana de guitarra llevar. Profunda, lúcida; de ronda de guitarra. Desde lo íntimo se hace colectiva. Trabaja. Es el ojo puesto en lo trascendente de la simplicidad, en aquello que nos humaniza.

“Tus dedos
acariciando los míos.”

El poemario comienza con noticias de un muro doloroso (despatria o desamor?) pero el poeta va, decidido, sin espera. Y nos habla de una casa que presiento con luz de mesa tendida y ronda de vino y canto. Luego cita claves y limones y entre flores que abren y cierran su puño se suceden versos que se abren y cierran en torno a una belleza que duele.

“Nada estalla de las manos
del solitario que escribe su poema
sin pájaros del deseo.”

Incansable José María va. La encuentra aquí y allá, entre sauces y álamos y por las esquinas, en la calle donde se pierde en el tiempo la silueta del amigo, en las madrugadas o la ciudad de los parásitos, en la muchacha del vibrador electrónico, sobre las cáscaras de piano, la señora que hace el trabajo manual encima del sofá con la tele encendida. José María nos habla de su perro Dylan, de Matías Vernengo y Lamborghini. Él nos lleva en su travesía a lo largo de estas páginas.

José María no la espera, la busca, la encuentra hasta desgajarse en ella.

Es allí donde “crezco / con una claridad / insospechada.”


Posdata al lector, con deseo:
Que el testimonio de esta travesía, íntima, profunda, multiplique los cielos de tu horizonte y sientas, por puro placer, la necesidad de releer una vez y otra, bajito, estos versos, para respirar una música que ha nacido en el corazón de un hermano.


Lanusei, Sardegna, septiembre 2012.


8/1/16

La rosa que oscurece en Mis poetas contemporáneos 2



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